La semana pasada desconecté de los esports para centrarme en otros proyectos. Siete días de absoluta calma interrumpidos ahora por la enésima polémica de la pretemporada. Y lo que me pregunto es para qué sirve la competición, más que para mantenernos ocupadas/os y que no nos podamos tirar los trastos a la cabeza. Cuando un pensamiento intrusivo, el de estar casi disfrutando las continuas idas y venidas de jugadores, sobrevolaba mi cabeza, el reflote eterno del culebrón entre Adam «Adam» Maanane y Elias «Upset» Lipp me despertó de golpe. Pero lo que de verdad no me deja dormir por las noches —diría si algo de esto me diese de comer— es una pregunta recurrente: ¿Dónde está Riot Games?
Para las/los despistadas/os, la historia interminable entre los dos excompañeros en Fnatic se origina en la víspera de los Mundiales 2021. Por motivos personales, Upset se vio obligado a abandonar la convocatoria del equipo europeo antes incluso de jugar un solo partido oficial. Su ausencia fue un duro golpe para Fnatic, tanto anímico como deportivo, y apenas pudieron competir en fase de grupos. Lo que podría haberse quedado en un desafortunado contratiempo alcanzó cotas absurdas cuando el propio Adam acusó a su compañero de ausentarse sin motivo justificado.
La polémica vino como se fue, pero el jovencísimo toplaner no ha querido dejarlo pasar. Erre que erre, sigue acusando al tirador alemán de abandonar in extremis lo que habrían sido sus primeros Mundiales para estar con su esposa, la creadora de contenido Paula Leal, lo que no se queda ahí. En los últimos días, ha salido a la luz que Adam habría cambiado el nombre de una de sus cuentas a Lonely Wife UwU (Esposa Solitaria UwU), lo que no solo demuestra una enorme falta de madurez. También deja entrever ciertas actitudes sexistas que ojalá nunca vayan más allá.
He aquí la tesis de hoy. La situación entre Adam y Upset es fea e innecesaria, prueba y consecuencia de una escena con una edad media alarmantemente baja. Pero lo grave no reside siquiera en las faltas de respeto, una evidente carencia de madurez o lo disparatado de la situación. Habiendo mostrado Fnatic apoyo completo a su tirador, al tiempo que se han desvinculado del toplaner, echo en falta ahora una respuesta institucional por parte de Riot Games. En mi ingenuidad, sigo buscando un comunicado de condena a lo que debería considerarse una falta grave en un supuesto código de conducta.
Pero ya sabemos que Riot no intercede. Lo justificamos, incluso, pues con los estatutos sobre la mesa no dudo que estén exentos de toda responsabilidad. De lo que no parecemos darnos cuenta es que, en última instancia, la organizadora de una competición es quien debe velar por su salubridad. Pero, de nuevo, Riot no se mete en fregados. Prueba de ello es su postura equidistante de no expresar opiniones personales sobre «temas delicados», como política y religión. Y es cierto: ¿Quién quiere perder el tiempo hablando de temas serios? Aquí hemos venido a jugar, a pasárnoslo bien. Puede que la empresa madre, el conglomerado chino Tencent Holdings, y lo que pasó en aquel campeonato de Hearthstone en cuanto apoyar las protestas de Hong Kong en 2019 también hayan tenido algo que ver.
Todo es política, y los videojuegos no son excepción. Fue su valentía al meterse de lleno en ello lo que me atrapó de la columna La educación pública me adoctrinó en el socialismo, de Joan Cebrían para Esportmaniacos. Porque hoy ha sido «Yo no quiero crear polémica, PERO…» —palabras utilizadas por Adam en uno de sus comunicados—, mañana será «Yo no quiero ser racista, PERO…» y pasado, «Yo no quiero ser sexista, PERO…». Y el mayor pero es que solo cuando Riot vea tambalear su opinión pública, como ocurrió en aquel entonces con Activision Blizzard, y estimen que ello pueda repercutir significativamente a nivel económico, tomarán medidas.
Hasta entonces, barra libre. Podemos incurrir en las faltas de respeto que queramos, pues al final del día las consecuencias serán ínfimas. Todo es parte de una rueda perfectamente construida, que se ha convertido incluso en cultura. El banger es parte de los esports, ¿no? Qué sería de esta, nuestra escena, sin unas faltas de respeto aquí y allá. Sin ese aroma a esmegma que impregna lo que toca la masculinidad tóxica. En la guerra todo vale, pues al final del día es ganar o morir. Pero nadie muere nunca. Y todos ganan siempre.
La incómoda realidad reside en que el deporte electrónico sigue necesitando mirarse en el espejo del tradicional. Raro será el momento en que no incurra en intereses monetarios y amiguismos, como son las últimas tendencias del fútbol o la Formula 1 por acudir con cada vez más frecuencia a la península arábiga, donde siguen reacios a cumplir determinados derechos humanos. Sin embargo, y aunque forman parte de calculadísimas campañas de marketing, no es raro ver iniciativas en contra del racismo o a favor de una escena deportiva ecuánime para hombres y mujeres. Publicidad mezclada con hipocresía, pero menos da una piedra.
Lo que no es aceptable es la equidistancia, ni siquiera a nivel empresarial, algo que el deporte tradicional hace tiempo que aprendió. Hay momentos en los que hay que elegir bando si no quieres exponerte a una mayor repudia moral, o muchísimo peor, a una menor rentabilidad. Riot Games ha dejado pasar una oportunidad magnífica para sentar un precedente que ya no existirá cuando se vean obligados a sancionar las conductas irrespetuosas e intolerantes que, sin lugar a dudas, llegarán en el futuro.